Cuando llegué a la ciudad me encontré de lleno con el caos, los coches conduciendo en todas direcciones, metiéndose por calles que parecen inaccesibles, cuestas empinadas e infinitas, llenas de adoquines que muestran la antigua belleza del barrio de Sultanahmet... y de pronto, ¡al torcer una esquina! Apareció majestuosa, impresionante, enorme.... La Mezquita Azul, también llamada por los estambulitas Sultan Ahmet Camii.
Éste es el edificio más fotografiado de Estambul, y claro, al verlo ya entiendes el por qué, cuando te deja sin palabras al vislumbrar su inmensidad y sus seis minaretes, que, si de día y como primera impresión me resultaron sobrecogedores, ni qué decir por la noche, cuando está iluminado.
Tuve la suerte de alojarme en un hostal desde cuya terraza se puede disfrutar de las vistas del mar a la derecha y la Mezquita Azul a la izquierda, incluso desde la ventana de mi habitación avistaba sus minaretes.
El nombre por supuesto, no quiere decir que sea azul, como uno de mis compañeros esperaba, pero en su interior está adornada por miles de baldosas azules procedentes de Iznik, también llamada Nicea, otra ciudad de la Región del Mármara. Son estas baldosas las que le otorgan su popular nombre.
Por supuesto, al entrar a la mezquita hay que descalzarse y cubrirse piernas y hombros, y en el caso de las mujeres, también la cabeza con un velo que allí mismo te prestan.
No hay que pagar entrada, aunque a la salida puedes dar un donativo para su mantenimiento.
Contemplando la Mezquita al atardecer, desde la terraza del hostal